La Casa Fuster constituye un resumen de las experiencias urbanas anteriores de Domènech i Montaner, que necesitó la colaboración de su hijo Pere para terminar esta obra.
El edificio, en los Jardinets de Gràcia, cumple la función de salvar la diferencia de anchura entre el paseo de Gràcia y la calle Gran de Gràcia. Por eso su imagen es importante dentro del conjunto urbanístico. Como ya es común en todos los edificios urbanos de viviendas de Domènech, el chaflán toma un gran protagonismo, con un cuerpo cilíndrico que forma tribunas, que en este caso existen en todas las plantas. Cuando este tubo llega al suelo se sostiene sobre una ménsula en la que Domènech hizo esculpir nidos de golondrinas, una divertida alusión a las anécdotas cotidianas de la ciudad. El último piso tiene una buhardilla de tipo europeo, que hasta entonces Domènech no había utilizado. En ellas se echa de menos el cupulino o torre que corona todas las fachadas en chaflán de Domènech y que sí consta en todos los dibujos alzados del proyecto de la Casa Fuster. En este caso, la torre era similar a la del pabellón de acceso, el de administración, con aguja y reloj del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, e iba acompañada de tres piñones como coronamientos de las fachadas, En las columnas de la planta baja, de piedra rosada, como siempre, el arquitecto luce una gran variedad de capiteles, uno de los cuales, muy sobrio y geométrico, suele tomarse como un ejemplo de la progresiva contención del recargo decorativo modernista. Por otro lado, el repertorio sigue siendo el típico del arquitecto con elementos goticistas, como las ventanas trilobuladas y la ornamentación floral.