Domènech i Montaner construyó el Palau Montaner bajo el mecenazgo de Ramon Montaner, cliente, amigo y primo hermano, que su padre había acogido como un hijo, y que con el negocio editorial había amasado una gran fortuna, suficiente como para financiar edificios como el de la editorial Montaner y Simón, el Palau Montaner y el imponente Castell de Santa Florentina, en Canet de Mar.
El estilo de Domènech i Montaner es mucho más evidente en la decoración interior del Palau Montaner, donde trabajó con sus colaboradores habituales -el vidriero Rigalt, el escultor Arnau y el ebanista Homar- que en los exteriores del edificio, que el arquitecto asumió cuando ya hacía dos años que duraban las obras. Domènech i Montaner se hizo cargo de las obras del Palau Montaner cuando ya estaba empezado el proyecto de 1889 de Domènech i Estapà, un arquitecto ecléctico del momento -que sin estilo definido, hacía revivals historicistas y que dejó las obras por desavenencias con el propietario.
Mientras que la parte del primer arquitecto se caracteriza por una gran simplicidad, la intervención de Domènech i Montaner concentra en el segundo piso exterior una profusa decoración cerámica y escultórica, y en el interior un recargado programa decorativo en el hall de entrada con escalinata y pasillo en voladizo en el primer piso, que en su día presentaba, además de las esculturas y la vidriera -resulta espectacular la gran claraboya del techo-, una gran ornamentación a base de tapices y textiles. Todos estos elementos decorativos fueron colocados, después de la venta del palacio, en el Castell de Santa Florentina de Canet de Mar, muy especialmente en la sala del trono, donde todavía se pueden contemplar. La espectacular decoración en dos niveles del hall, al estilo de la sala principal de un castillo, recuerda por la riqueza del trabajo de carpintería, las policromías y el barroquismo general, a los trabajos del Seminario Pontificio de Comillas.